lunes, diciembre 31

Prefiero decir hasta luego

Así, como si estuviera en primera fila de infantería
caminaba (in)concientemente y directo
al que sería su fin.
Pero de alguna forma él sabía que debía hacerlo
era mejor recibir el disparo hoy, ahora,
que seguir con el miedo al posible disparo de mañana.

Había sido su mejor guerra.
Muy breve, pero cantidad no es lo mismo que calidad.
No se le escapaba nadie que tuviera distinto uniforme.
Tomaba su rifle y sin pensarlo dos veces un disparo directo a la frente.
Pero esa misma mañana él supo que ya todo seria diferente.

Dicen que no hay mejor forma de conocer a tu enemigo que en combate.
Tal ves sea cierto, pero esta vez la teoría no funciono del todo en la práctica.
Siempre le dijeron que tuviera cuidado.
Ana lisa, su mujer, siempre quiso advertirle del peligro.
Pero él, haciendo oídos sordos, partió.

Podríamos sentarnos a discutir que es mejor:
Hacer lo que uno quiere hacer,
o hacer lo que uno tiene que hacer, a pesar de no quererlo.
Sería una tarde grata
pero creo que no llegaríamos a ningún puerto.
O tal ves si, a tu puerto.

Era un soldado inexperto, por eso trató de hacerlo lo mejor que pudo.
Los comandantes le tenían mucho cariño y decidieron dejarlo a su suerte.
El decidió experimentar esa guerra de muchas formas para aprender.
Disparo a distancia,
ataques sorpresa,
enfrentamiento a mano limpia, incluso.
No por mala suerte, era por que él así lo quiso.

Ese día no esperó que lo recibieran con un café como en otras ocasiones.
Sabía que no iba a haber música agradable para recibirlo tampoco.
A lo más un beso en la mejilla,
a lo menos un beso en la mejilla.

Pensé: "Cuando me toque matar a mi enemigo creo que seré un poco menos cruel.”
pero ese sería un acto bastante hipócrita.

Todavía no acepta que esta muriendo, o que ya esta muerto.
Desea seguir combatiendo. No por amor a la patria,
este soldado no es de los patriotas.
Desea seguir combatiendo por amor, por egoísmo.
Quiere llorar su muerte, pero estás lágrimas no desean salir y ver lo que pasa allá afuera.
Sabe que fue una linda batalla y que esta quedará en su memoria,
pero no le importa el futuro ni el pasado,
y en el presente esta no tiene mucho protagonismo.

Todo fue tan rápido que recien se está dando cuento que la guerra está empezando.
Está en un limbo,
está la posibilidad de volver,
como la de no.

Ahora todo le recuerda su combate.
Los olores de las plantas,
las nubes en el atardecer,
los colores del cielo,
las plazas,
los libros,
la música,
el licor,
el cafe,
el agua,
el verano,
la primavera,
el invierno,
y el otoño.

Las bancas.

Malditas las bancas donde lo mataron.
Benditas porque fue ahí donde comenzó esta guerra.
Tristes las bancas porque ya no las acompañan y
felices porque saben que fue una guerra como ninguna,
y no será la ultima.
Por eso, prefiero decir hasta luego.


-Carta a Quiên (VI)-

lunes, diciembre 3

Cuando tuve mi primer hijo

Un día quise tener un hijo pero nadie me había enseñado sobre la educación.
Desesperado busqué en mi pero mis recuerdos me atormentaron y decidí dejar estos temas a otros que si supieran como manejarlos.
Llame a toda clase de cultos conocedores sobre el arte de educar, pero cada uno poseía una estrategia distinta y no logré decidirme por uno, al fin y al cabo no es una decisión fácil, es entregarle a un desconocido un niño al que él programará a su manera y según su forma de ver la vida. Y fue ahí cuando pensé en no elegirlos, sino que dejarlo a él que decidiera.
Ya con 46 años encima se que no debo tomar decisiones si no he pensado bien las consecuencias, por lo que volví a pensar sobre si debía dejarlo libre y que él aprendiera de la vida por si solo, si debía arriesgarme y que el aprendiera por su cuenta, o si era mejor enseñarle lo que yo había aprendido para que el no tuviera que gastar tanto tiempo en aprender cosas que no valen la pena, para que el no tuviera que gastar tanto tiempo en penas y dolores como los que su padre ya había vivido.
Y para mi suerte la respuesta fue una magnifica pregunta: "¿Quién soy yo para robarle la vida a mi propio hijo?". La verdad era que la única manera para que el aprendiera a vivir era viviendo, la única manera que imaginé para que él aprendiera a ponerse de pie era tropezando. No era crueldad, era puro amor.
Recordé a mis padres, humanos programados (sin culpa alguna) por una sociedad en crisis y por un sistema regido por la moral y las buenas costumbres.
No comas con la boca abierta, se ve feo.
Súbete los pantalones.
No digas garabatos en la mesa.
En la mesa no se canta.
Amárrate los zapatos que te puedes caer.
Péinate bien.
A ducharse antes de comer.
A ordenar tu cama.
Tu pieza es un desorden.
Siéntate derecho.
No te rayes los brazos.
No te pongas tan cerca del televisor.
La música esta muy fuerte.
A dormir que ya es tarde.
Se puntual.
¿Con chaleco? Pero si están cayendo los patos asados.
¿Con polera? Pero mira el frío que hace.
Castigado a tu pieza.
El profesor es el que manda.
No vuelvas tan tarde porque nos preocupamos.
No tanto que el café hace mal.
No hables con extraños.

Cortate el pelo.

Y después de todo descubrí que la mejor manera de enseñar es aprendiendo.
Aprendiendo a medida que enseñas,
Aprendiendo de lo que te enseñaron.
Y para eso hay que estar desprogramado,
hay que saber mirar desde afuera.
La vida se trata de experimentar.
Hay que amar y dejar experimentar a cada uno por su cuenta.
Guiarte no es lo mismo que llevarte de la mano y con los ojos cerrados.
Un guía ofrece, un director dirige.

Un día quise tener un hijo pero nadie me había enseñado que la mejor forma de enseñar es la que vas aprendiendo.