Son tres cosas las que veo cuando despierto.
Una muralla blanca con salpicaduras de pintura,
y un hoyo perfectamente circular,
que parece enfocar justo una silla celeste.
No hay nadie sentado en ella
cuando miro de reojo,
pero si cierro los parpados
aparece un niña cantando.
Un día le pregunté si era necesario hacer tanto alboroto
y no atino a reírse de mí.
Me contó que hace décadas
ella miraba a través de la muralla
pero sin ver a nadie.
Hasta que apareció mi voz.
"¿Por qué esperaste tanto para hablarme?"
, preguntó.
Y le respondí: "Yo solo te esperaba".
No perdimos el tiempo en conocernos
y buscamos la forma de que uno de los dos cruzara.
Al paso de algunas horas
nos fuimos dando cuenta de que era imposible.
Y solo nos quedó
tomarnos la mano.
-Carta a Quiên (XII)--
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